John Grisham: El Jurado
John Grisham: El Jurado
No se pudo cargar la disponibilidad de retiro
Un grupo de importantes abogados acusa de homicidio a las grandes productoras de cigarrillos a raíz de la muerte de un fumador. La industria tabaquera se tambalea: saben que una sola sentencia en su contra provocaría una avalancha de demandas de indemnización que los llevaría a la ruina. Pero a los grandes magnates no le preocupa demasiado. Disponen de una fundación dotada de millones de dólares sólo para defenderlos y dirigida por Rankin Fitch, el mejor especialista en jurados. Fitch lo tiene absolutamente todo bajo control. Conoce al detalle la vida de cada miembro del jurado; sabe cuáles son sus opiniones, sus manías, sus vicios, sus defectos; sabe qué les hace vulnerables, y sobre todo, dispone de licencia para actuar más allá de la ley si resulta necesario. Ya lo ha hecho en otras ocasiones y ha salido victorioso. Por eso, el implacable Fitch está tranquilo. Pero un buen día recibe la siguiente nota: Apreciado señor Fitch: mañana por la mañana, el jurado número dos, Easter, llevará un polo gris. A nadie puede estar tranquilo. Ni siquiera el todopoderoso Rankin Fitch, porque alguien sabe más que él sobre el jurado. Todas las novelas de Grisham tienen un denominador común: sea cual sea la historia que nos cuenta, siempre encontramos en ella a un individuo (dos, a lo sumo) enfrentado a un poder inmenso que lo supera. En esta ocasión, el poder está representado por los grandes productores de tabaco. Cuatro multinacionales que facturan miles de millones de dólares ¿a costa de la salud de sus clientes? Está por ver. Y, en caso de que así fuera, ¿no son éstos quienes libremente escogen consumir algo sabiendo que les puede resultar nocivo? ¿Lo hacen influenciados por la publicidad y, por lo tanto, enajenados? Dar una respuesta concreta a estas preguntas no es fácil. Y mucho menos si uno ha sido escogido como miembro del jurado. Y menos todavía si se sabe que de su decisión depende la posible ruina total de una de las industrias más potentes del mundo. Grisham sitúa a doce individuos ante esas dudas y las traslada a sus millones de lectores. A todos ellos les resultará imposible leer esta historia vertiginosa sin tener la sensación de que el autor los ha convertido en jueces. Por mucho que cada lector se sienta cargado de razones para opinar en uno u otro sentido, la habilidad del rey del suspense le hará dudar a cada página, le hará sentir la sospecha de que puede estar siendo objeto de una manipulación. ¿Y los miembros del jurado? ¿Son ellos también manipulables?
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