Miguel Angel Campodonico: Donde Llegue El Río Pardo
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¿Cómo nos sentiríamos si los ciegos, hartos de soportar la crueldad de los videntes, modificaran su vida pacífica y extendieran su dominio abandonando su reclusión obligatoria para destruir a quienes no estamos incapacitados para ver? Seguramente todos nosotros, videntes confiados y vanidosos, no volveriamos a disfrutar de nuestra placentera superioridad ejercida desde la creación del mundo.
Precisamente esto es lo que sucede (o sucdió) en el País Saromedio, enfrentado de pronto a un movimiento convulsivo que estremece a sus habitantes videntes. Estremecimiento que con prisa y sin pausa borrará de la superficie del planeta a quienes sometieron a los ciegos en nombre de una caridad hueca que busca herir más que ayudar.
En este país-menos excepcional de lo que puede creerse- los ciegos, valiéndose de su astucia incomparable, demostrarán que ven mucho más lejos que aquellos que no dudan de la bondad de sus ojos. Entonces descartados los desgraciados homúnculos que viven indiferentes sin deseos ni esperanzas, sin oir ni entender decidirán finalmente dominar solos, sin más ayuda que la de sus bastones, a la ciudad de Nambidia primero y al resto del País Saromedio después. Y será tanta la habilidad que desplieguen para llevar hasta el final su plan, que se las ingeniarán para que incluso algunos videntes participen de sus siniestros propósitos.
Los videntes convertidos en animales asustados y desconfiados no encontrarán mejor manera de contribuir a su seguridad que convertirse ellos mismos en ciegos. Y creyendo que pueden engañarlos se disfrazarán como sus enemigos, vistiendo las mismas ropas grises y usando los temidos lentes negros y bastones blancos.
Pero el enfrentamiento provocado por los ciegos infalibles se generalizará entre los propios videntes hasta su destrucción definitiva.
Una última esperanza, sin embargo, existe para los videntes y quizá la oscuridad que se ha extendido en el País Saromedio pueda disiparse.
La luz del porvenir ha quedado en manos de los videntes enajenados que se abrazaron a la locura por su propia voluntad. Será la locura, pues, el único camino que permitirá pensar en la sobrevivencia como en algo posible.
Precisamente esto es lo que sucede (o sucdió) en el País Saromedio, enfrentado de pronto a un movimiento convulsivo que estremece a sus habitantes videntes. Estremecimiento que con prisa y sin pausa borrará de la superficie del planeta a quienes sometieron a los ciegos en nombre de una caridad hueca que busca herir más que ayudar.
En este país-menos excepcional de lo que puede creerse- los ciegos, valiéndose de su astucia incomparable, demostrarán que ven mucho más lejos que aquellos que no dudan de la bondad de sus ojos. Entonces descartados los desgraciados homúnculos que viven indiferentes sin deseos ni esperanzas, sin oir ni entender decidirán finalmente dominar solos, sin más ayuda que la de sus bastones, a la ciudad de Nambidia primero y al resto del País Saromedio después. Y será tanta la habilidad que desplieguen para llevar hasta el final su plan, que se las ingeniarán para que incluso algunos videntes participen de sus siniestros propósitos.
Los videntes convertidos en animales asustados y desconfiados no encontrarán mejor manera de contribuir a su seguridad que convertirse ellos mismos en ciegos. Y creyendo que pueden engañarlos se disfrazarán como sus enemigos, vistiendo las mismas ropas grises y usando los temidos lentes negros y bastones blancos.
Pero el enfrentamiento provocado por los ciegos infalibles se generalizará entre los propios videntes hasta su destrucción definitiva.
Una última esperanza, sin embargo, existe para los videntes y quizá la oscuridad que se ha extendido en el País Saromedio pueda disiparse.
La luz del porvenir ha quedado en manos de los videntes enajenados que se abrazaron a la locura por su propia voluntad. Será la locura, pues, el único camino que permitirá pensar en la sobrevivencia como en algo posible.
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