LIBRO USADO
Autor: Sudamericana
Manuel Mujica Lainez: Un Novelista En El Museo Del Prado
Manuel Mujica Lainez: Un Novelista En El Museo Del Prado
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¿Quién no ha imaginado alguna vez la experiencia de ver animarse las imágenes fijadas para siempre en un cuadro o una estatua y sentirlas ingresar en el tiempo y el espacio cotidiano?
Toda la fantasía, todo el saber de Manuel Mujica Lainez se movilizan para hacer posible esta experiencia, de la cual participa el lector con asombro y deleite.
De noche, en el Museo del Prado, los personajes de las pinturas y las estatuas abandonan sus telas y sus pedestales e inician aventuras que, con risueña maravilla, reiteran las peripecias del vivir: alegrías, tristezas, exaltaciones. Dentro de los muros del Museo del Prado, el palacio de Juan de Villanueva, se entrecruzan en singular procesión el carro que lleva en triunfo al dios Baco pintado por Cornelis de Vos y el Carro del Heno, en el cual Jheronimus Bosch puso a los pecadores en marcha hacia las llamas infernales. Y la Mona Lisa del Giocondo llora inconsolable, víctima de una crisis de identidad.
Y el enano don Diego de Acedo organiza una pantomima de "La Bella Durmiente" en la cual intervendrán el niño Carlos Luis de Borbón, hijo de Carlos IV —pintado por Goya en el famoso óleo que muestra a la familia real— y la Dánae de Tiziano.
Y en un concurso de elegancia —cuyos jueces serán los bufones pintados por Velázquez y los dioses del Olimpo— los brocados y terciopelos serán derrotados por desnudeces primordiales.
Las aventuras nocturnas del Prado se suceden en un alarde de gracia, ironía no exenta de ternura y, sobre todo, profundo conocimiento de la historia y del arte que el novelista atribuye con modestia a un privilegio cuyo origen ignora.
Toda la fantasía, todo el saber de Manuel Mujica Lainez se movilizan para hacer posible esta experiencia, de la cual participa el lector con asombro y deleite.
De noche, en el Museo del Prado, los personajes de las pinturas y las estatuas abandonan sus telas y sus pedestales e inician aventuras que, con risueña maravilla, reiteran las peripecias del vivir: alegrías, tristezas, exaltaciones. Dentro de los muros del Museo del Prado, el palacio de Juan de Villanueva, se entrecruzan en singular procesión el carro que lleva en triunfo al dios Baco pintado por Cornelis de Vos y el Carro del Heno, en el cual Jheronimus Bosch puso a los pecadores en marcha hacia las llamas infernales. Y la Mona Lisa del Giocondo llora inconsolable, víctima de una crisis de identidad.
Y el enano don Diego de Acedo organiza una pantomima de "La Bella Durmiente" en la cual intervendrán el niño Carlos Luis de Borbón, hijo de Carlos IV —pintado por Goya en el famoso óleo que muestra a la familia real— y la Dánae de Tiziano.
Y en un concurso de elegancia —cuyos jueces serán los bufones pintados por Velázquez y los dioses del Olimpo— los brocados y terciopelos serán derrotados por desnudeces primordiales.
Las aventuras nocturnas del Prado se suceden en un alarde de gracia, ironía no exenta de ternura y, sobre todo, profundo conocimiento de la historia y del arte que el novelista atribuye con modestia a un privilegio cuyo origen ignora.